lunes, 5 de octubre de 2015

Una manera de convertirnos en ciudadanos digitales

Vivimos en un mundo mediatizado por computadoras. Prácticamente todo lo que hacemos requiere de la informática. Llevamos cerebros electrónicos en nuestros bolsillos y 3000 millones de personas están conectadas a Internet, en la que todas esas máquinas conversan a velocidades inconcebibles sin que siquiera las oigamos, y lo hacen de la forma en que fueron programadas. La PlayStation 4 (que, por supuesto, es una computadora) puede hacer en un segundo tanta aritmética que a nosotros nos llevaría 63.000 años resolverla con lápiz y papel.
En un mundo así, la programación es una nueva lectoescritura. Si leer y escribir es condición indispensable para comprender el mundo y para estudiar todas las demás destrezas (incluida la programación, desde luego), saber los rudimentos de la programación permite ver a través de esa maraña de código que al lego lo confunde o lo engaña. La película "The Matrix" es una elocuente metáfora de cómo cambia nuestra mirada de un mundo gobernado por máquinas cuando aprendemos a hablar en su idioma.
Y más: durante 25.000 siglos creamos nuestras herramientas a partir de su función. Ahora, por primera vez en la historia, hemos dado un giro copernicano. Inventamos una herramienta -la computadora- que es todas las posibles herramientas. Depende de cómo la programemos. Sirve para escribir o para llevar hojas de cálculo, para ver una película, oír música, hablar por teléfono, sacar fotos, controlar una planta industrial o navegar por GPS. Una computadora sirve para diseñar una casa y también para diseñar una nueva computadora. Incluso podemos programarlas para que emulen cierto grado de inteligencia, lo que es a la vez formidable y escalofriante. Porque, ¿cómo serían las herramientas pergeñadas por un intelecto artificial?
Los coches autónomos (o sea, en los que maneja una computadora) ya están a la vuelta de la esquina, y se viene la Internet de las cosas, en la que los objetos cotidianos empiezan a incorporar inteligencia. Es decir, integran un cerebro electrónico, software y conexión con Internet.En este escenario, deberíamos, como mínimo, enseñarles a nuestros hijos a hablar con las máquinas, a darles órdenes, a entender cómo piensan. No ya a usarlas a ciegas, sino a controlarlas y a comprender sus fortalezas y sus debilidades. Quizás muy pocos necesiten escribir código en el futuro, pero será el primer paso para convertirse en ciudadanos digitales.